LA LISTA DEL PUEBLO ARRIESGA CONVERTIRSE EN UN BARCO A LA DERIVA
La cúpula directiva de la Lista del Pueblo ha estado dando estos últimos días un espectáculo realmente bochornoso, que choca frontalmente con las grandes esperanzas de democratización de la política y renovación de sus prácticas que la irrupción de esta corriente en la escena política había generado en amplios sectores de nuestro pueblo. Según se ha informado públicamente, algunos de sus más reconocidos dirigentes, actuando con la discrecionalidad propia y característica de un regimiento, acaban de subir y bajar a dedo a sus posibles candidatos a la Presidencia, sin otra consideración que, al parecer, sus eventuales simpatías o antipatías personales.
Si bien lamentable, no es del todo sorprendente que algo
como esto haya sucedido. En rigor, este es el resultado de una prédica política
primitiva, que hasta ahora no se ha mostrado capaz de constituir algo más que una
muy elemental expresión del descontento social existente, pero sin lograr
plasmarse aún en un proyecto político alternativo, globalmente consistente, al
sistema social imperante en el que ese descontento se ha gestado y acumulado
hasta estallar. El común denominador de ese descontento ha sido, en sus muy
variados aspectos y formas de manifestarse, la aguda desigualdad social en la
que se basa y con la que opera el sistema de explotación y depredación
capitalista.
La mera prédica en contra de la corrupta y cínica partidocracia
que ha gobernado el país en estas últimas décadas, como nexo elemental con el
descontento social, y la exaltación de la condición de ciudadanos “independientes”,
es insuficiente para disimular la ausencia de un proyecto político realmente
alternativo, capaz de impugnar y superar las raíces de ese malestar, pudiendo
llevar en cambio a los resultados más insospechados e indeseados. No olvidemos
que el discurso contra los partidos, como parte de su rechazo al sistema
político de democracia formal, es compartido, aunque por distintos motivos,
tanto por corrientes de extrema izquierda (como el anarquismo) como de extrema derecha
(como el fascismo) y puede abrir también camino a proyectos políticos
totalitarios.
En rigor, un partido político no tiene por qué ser una
cáfila de corruptos ni un aparato que opere con una lógica de cuartel. Por
definición no es más que una unión libre y voluntaria de personas en torno a un
proyecto político compartido. Y nada impide tampoco que pueda funcionar de
manera impecablemente democrática. En consecuencia, abominar de los partidos lleva,
en última instancia, a abominar de una política basada en principios y a fomentar
en su lugar la presencia de mesiánicos caudillismos. Por otra parte, el
descontento social no basta para lograr un cambio social profundo, es decir
revolucionario. Para ello se requiere empalmar ese descontento con un proyecto
global alternativo de sociedad capaz de orientar y fecundar la lucha popular. Y
el insustituible el papel de un programa y un partido revolucionario consiste,
justamente, forjar esa voluntad de cambio, proponiendo al pueblo trabajador un
programa de transformación social que liquide la explotación y establezca en su
lugar una sociedad solidaria.
El suponer, en cambio, que el sujeto popular es capaz de
conducir por sí solo, de manera espontánea, hacia una sociedad justa, sin
desigualdades, explotación, abusos y corrupción, no pasa de ser en política un
dulce pero inofensivo sueño. En esa misma línea, más de una vez en el pasado,
cuando las fuerzas políticas transformadoras han buscado nominar un candidato para
hacer frente a la contienda presidencial, no han faltado las voces que claman
¡que el candidato lo elija el pueblo!, sin atender al hecho de que sin una intensa
batalla política, como está llamada a ser la propia campaña electoral, lo más
probable es que mayoritariamente el pueblo, como ha sucedido tantas veces en el
pasado, no elija a uno cuyo programa sintonice realmente con sus intereses,
derechos y aspiraciones.
Quiéralo o no, y exhiba o no las formalidades del caso, por
su intervención en la escena política la Lista del Pueblo se ha conformado ya
como un sujeto político colectivo, es decir como un partido político, y es de
esperar que la actuación de sus dirigentes esté ahora, por encima de toda pelea
chica, a la altura de las grandes expectativas que ha logrado generar en un
amplio sector del pueblo trabajador chileno. Sobre todo en un momento en que la
ausencia de un proyecto de transformación realmente profunda de la sociedad
chilena, que se proponga atacar las raíces mismas de la desigualdad social y se
proponga recuperar para el pueblo las riquezas del país, se hace notar con bastante
fuerza.