AVANZAR AHORA HACIA LA FORMACIÓN DE UN GRAN MOVIMIENTO DEL PUEBLO TRABAJADOR
La rebelión popular del 18 de octubre de 2019 modificó la situación política del país. La población trabajadora, que se había movilizado ya muchas veces para expresar su descontento por los abusos de que era víctima en materia de educación, pensiones, reivindicaciones de género, regionales, gremiales, etc., cansada de no ser escuchada, se alzó esta vez masiva y muy decididamente para decir ¡Basta!
Se trató de una rebelión
espontánea que no reconocía liderazgo político alguno y en la que confluyeron
un sinfín de demandas de todo tipo largamente ignoradas o postergadas por la
arrogante e indolente y cada vez más odiada casta política que nos gobierna. Respondiendo
a la convocatoria del 25 de octubre salieron a las calles a exteriorizar su
descontento millones de personas en todo el país.
Con la ilusoria pretensión de
“restaurar el orden”, la respuesta del gobierno no fue otra que la de reprimir,
de manera violenta y criminal, a quienes ejercían su derecho a manifestarse,
ocasionando numerosas muertes y una gran cantidad de heridos a golpes y
perdigonazos, traumas oculares, detenciones, etc. Pero con ello no hacía más
que echar nueva leña a la hoguera.
La declaración de estado de
excepción y la salida de militares a las calles tampoco logró poner término a
las protestas. La convocatoria de un paro nacional el 12 de noviembre de 2019 resultó
exitosa y mostró la debilidad en que se encontraba el gobierno. Fue entonces
que este último pidió a sus partidarios en el Parlamento negociar un acuerdo
con la oposición a fin de descomprimir la situación.
El fruto de esa negociación fue
el llamado “acuerdo por la paz” del 15 de noviembre. Como resultado del mismo, se
decidió convocar a un plebiscito a través del cual la ciudadanía se pronunciara
sobre la disyuntiva de mantener la actual constitución o redactar una nueva, y
en este último caso el que ello se hiciera con la participación de los actuales
parlamentarios o sin ella.
Como ya sabemos, en el plebiscito
del 25 de octubre de 2020 el pueblo ratificó de manera aplastante su deseo de
enterrar para siempre la Constitución de Pinochet. Sin embargo, el acuerdo
político que abrió paso a esta consulta y al proceso constitucional que luego se
inicia, colocó también numerosas cortapisas a la libre manifestación de la
voluntad popular, desconociendo con ello su carácter soberano.
Entre tales cortapisas, las más
restrictivas son las que fijan un quorum supramayoritario de dos tercios para
concordar el texto de la nueva Constitución y declaran intangibles los tratados
internacionales suscritos y ratificados por Chile. Entre estos últimos se
encuentran los tratados de libre comercio, que lesionan gravemente la soberanía
del país con la pretensión de blindar al modelo económico neoliberal vigente.
Esto planteó ante el pueblo movilizado
la disyuntiva de participar de este proceso institucional que se abría e
intentar superar sus obstáculos desde adentro o desestimarlo de plano. Pero era
claro que una gran parte de ese pueblo aceptaría participar, aun con las
tramposas condiciones que se le fijaron. Por lo tanto, marginarse de él solo
dividiría y debilitaría la movilización popular.
Algunos han sostenido una
posición de boicot razonando como si el solo hecho de participar en el escenario
electoral implicase ya dar por perdida la lucha. Lo que no se comprende es que,
por importante que sea, esta es solo una batalla más, que forma parte de un indispensable
proceso de acumulación de fuerzas en curso que, lejos de contraponerse, puede y
debe ser también acompañado por el protagonismo de la calle.
El descrédito de la casta
política y de sus prácticas corruptas se ha expresado también en la mente de
muchos como un descrédito de la política misma y en una beligerante prédica
antipartidos. Lo que se postula como alternativa es el fortalecimiento de la
red de organismos territoriales de base surgidos al calor de la rebelión
popular de 2019. Pero es importante calibrar bien la situación sin exagerar las
propias fuerzas.
Esa prédica antipolítica y
antipartidos no es un signo de fortaleza sino de debilidad, de una toma de
conciencia incompleta, que no logra distinguir entre acción política opresiva y
acción política emancipadora, concibiendo al partido político como un mero
aparato de control. Una transformación real y profunda de la sociedad
necesariamente pasa por una acción política clara y decididamente
contrahegemónica.
Un partido político como
instrumento del pueblo trabajador no es un aparato de control desde arriba sino
una unión libre y voluntaria de personas precisamente en torno a un proyecto de
emancipación social. Unión libre y voluntaria indispensable para impulsar y desarrollar
una acción política mancomunada y eficaz, dirigida a sustituir el sistema actual
por uno nuevo, realmente solidario y democrático.
En el curso del proceso político
actual, la rebelión popular espontánea e inorgánica ha ido abriendo paso ya a
un progresivo y creciente proceso de autoorganización, expresado primero en el
surgimiento de Asambleas Territoriales Autoconvocadas y luego en la formación
de listas para participar en la elección de convencionales que disputasen los
escenarios del debate público al partido del orden.
Este desarrollo ha logrado
ciertos niveles de éxito a través de la lista del pueblo y de las listas de los
movimientos sociales. Pero es evidente que se necesita alcanzar aun mayores
niveles de convergencia y unidad de acción para transformar la enorme fuerza
potencial del descontento popular en fuerza política efectiva, capaz de llegar
a disputar con mayores posibilidades de éxito el poder a la clase dominante.
En consecuencia, aparece hoy como
una necesidad política imperativa y urgente el trabajar por hacer realidad esa
posibilidad, desarrollando un decidido esfuerzo por unificar en un solo cauce
de acción política aquél enorme torrente de indignación popular. En esa
perspectiva puede resultar provechosa la idea de resucitar la iniciativa,
frustrada en el pasado, de llamar a formar un gran Movimiento del Pueblo
Trabajador.
Esto quiere decir, un movimiento
que unifique a las múltiples y diversas expresiones políticas y sociales del
pueblo insurrecto que clama por un cambio social profundo capaz de satisfacer
sus grandes anhelos de justicia. Un movimiento basado en las asambleas
territoriales y otras múltiples formas de organización y lucha del pueblo, en
los diversos colectivos políticos, en los coordinadores de movimientos
sociales, etc.
Si no se dan ahora los pasos
necesarios para ello, es posible que después ya sea demasiado tarde.