LA CRISIS DEL FRENTE AMPLIO Y DE LA POLITICA CONVENCIONAL
Explicando su reciente renuncia a Revolución Democrática el diputado Pablo Vidal se manifestó contrario a la orientación hacia la creación de un polo de izquierda que parece estar imponiéndose al interior de su ex partido y de la mayoría del FA. "No tiene sentido que solo nos juntemos con los que piensan igual que nosotros" declaró, pasando por alto que lo que se pone en juego en una política de alianzas es nada menos que el proyecto de gobierno y de sociedad que se le propone al país. Pero Vidal considera que eso no es relevante ya que una oposición dividida no estaría, según él, en condiciones de disputarle una próxima elección presidencial a la derecha desembozada, ante lo cual sería preferible aliarse y gobernar junto a la derecha camuflada de "centro-izquierda". Es decir, la vieja y desprestigiada política del mal menor.
Pero con ello solo ratifica detentar
una concepción cupular y no popular de la política. El razonamiento que reduce
la formación de una correlación de fuerzas favorable a una mera alianza entre
las cúpulas de ciertos partidos políticos, bajo el supuesto de que con ello se
suman sus anteriores caudales electorales puede tener alguna justificación política
en condiciones de gran estabilidad política. Pero en un momento en que el
sistema político ha sido fuertemente sacudido por una profunda crisis y es intensamente
repudiado por la mayoría de los ciudadanos, carcomido por el descrédito de sus
normas y de las prácticas de sus principales actores, la situación es muy
distinta. En una situación como esta lo que tenemos en realidad es una profunda
fractura entre los partidos que dan vida al sistema político establecido y la
gran masa ciudadana, por lo que un razonamiento como el esgrimido por Vidal se
evidencia profundamente conservador.
Guiado precisamente por ese tipo
de razonamientos, el Frente Amplio, que en sus inicios despertó en muchos la
esperanza de constituir la largamente esperada alternativa de superación del
duopolio, terminó convirtiéndose en su mayor parte en la "patrulla juvenil"
de la vieja y corrupta Concertación. Es decir, en un fiasco total, que solo ha
venido a brindar nuevo oxígeno a la ya gastada y moribunda comparsa de los
Burgos, Walker, Correa, Insulza, Escalona, Lagos, Letelier, Harboe y tantos otros
que, a cambio de jugosas prebendas, se han prestado gustosos para jugar a la
llamada "democracia de los acuerdos" y administrar el país al gusto
de los grandes empresarios. Una generación de recambio que, como la anterior, sumamente
sensible a la presión ideológica de la clase dominante, se conforma con
pretender encauzar las demandas ciudadanas en el marco de lo que, a ojos de la
clase dominante, resulta ser "la medida de lo posible".
De allí que algunos de sus
parlamentarios fueran parte entusiasta de aquella cocina que el 15 de noviembre
de 2019 preparó ese extravagante plato picante con que la clase dominante pretende
hacer aceptar, como expresión de un ejercicio genuina e impecablemente
democrático, que en las votaciones para la aprobación de un nuevo texto
constitucional un porcentaje de 34% tenga finalmente más valor que uno de 66%. El
objetivo de contención de ese veto no puede ser más claro de modo que nadie
puede llamarse a engaño sobre lo que políticamente representó avalar ese
acuerdo. Ese fue un acuerdo que solo buscó desactivar la enorme explosividad
social y política de la movilización popular, buscando canalizar sus demandas hacia
un escenario en el que ese empuje pueda ser neutralizado. La casta política ha
pretendido así dar una conducción a esa gran explosión de descontento que hace
un año le estalló en la cara, encauzándola hacia un rumbo en que, de mantenerse
inalterado, le sería posible diluir su enorme poder transformador.
Al mismo tiempo, y como parte de
la misma operación, las cúpulas de los partidos tradicionales, junto a los
intelectuales orgánicos de la clase dominante, se esmeran en ratificar y
justificar hasta convertir en sentido común un concepto profundamente
pervertido de democracia, la llamada "democracia de los acuerdos" que
ha regido la vida política de la "democracia protegida" establecida
por la Constitución de 1980 en estas últimas tres décadas. Por esta vía,
apelando hipócritamente a una falsa voluntad de entendimiento, la minoría rica
y poderosa que es dueña del país solo busca imponer sus intereses a la mayoría,
pretendiendo mantener como hasta ahora en una clara y profunda interdicción a la
inmensa mayoría de nuestro pueblo. Se trata por tanto de una
"democracia" en que curiosamente el pueblo no gobierna, siendo solo
llamado a elegir "representantes" que, una vez instalados en el
parlamento, legislan desfachatadamente a espaldas de sus electores, cautelando
solo los intereses de los poderes fácticos empresariales.
Una correlación de fuerzas
favorable a los cambios que la mayoría clama a gritos no se logra estableciendo
alianzas espurias y sometiéndose a los vetos que a la voluntad popular hoy se
empeñan, abierta o encubiertamente, por imponer las desprestigiadas cúpulas de
los partidos que han cogobernado este país durante las tres últimas décadas. Esa
correlación favorable de fuerzas solo se logra sintonizando clara y
decididamente con los grandes anhelos de cambio que laten en la mente y el
corazón del pueblo chileno, defendiendo con pasión sus intereses ante todos
quienes intentan, una vez más, defraudarlos y buscando darles una clara
expresión a través de contundentes propuestas e iniciativas transformadoras.
Incluso esa simple y clara idea liberal de que la democracia es "el
gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo" se ve hoy descalificada
a cada paso por los ideólogos y apologistas del injusto y aberrante orden
social existente, quienes la tachan de "populista". Y, sin embargo,
nada puede ser más cierto que ella.
De allí que los gritos de alarma que
hoy se alzan contra todo intento de romper los diques con que se ha pretendido
maniatar la voluntad popular, estableciendo un potente veto de minoría y
reduciendo el proceso constituyente mismo a una elección de representantes que
tendrían luego la facultad de actuar de espaldas a los deseos de la mayoría, deben
ser rechazados con la mayor energía. Lo que está planteado hoy en el país en
una lucha decidida y consecuente por la democratización profunda de la sociedad
en todos los ámbitos: económico, social, político y cultural. Y solo cabe
insistir en que una correlación de fuerzas favorable a esa democratización no
se construye con el mero expediente de negociaciones y acuerdos cupulares. Menos
aun sucumbiendo a los cantos de sirena del ala "progresista" del
duopolio. Solo puede surgir del propio pueblo trabajador movilizado en lucha
abierta por su demanda esencial de que sus derechos sean efectivamente
respetados, que las leyes e instituciones se hagan efectivo eco de sus
intereses y de que sus grandes anhelos de justicia puedan finalmente hacerse
realidad.